Un “Godzilla” en pleno debate nuclear

La película “Gozilla”, el reptil prehistórico que se alimentaba de las radiaciones nucleares alumbrado en el Japón traumatizado por la bomba atómica, vuelve 40 años después a las pantallas de todo el mundo pasado por el tamiz de Hollywood y ambientado en un nuevo mapa político y bajo el impacto de Fukushima.



“Si hubiésemos hecho esta película en los años 80 habría tratado sin duda de la Guerra Fría, pero hoy era más lógico plasmar cómo desde Occidente hemos impuesto la supervisión de las armas nucleares y cómo todo el arsenal estadounidense tiene que ser desmantelado para salvar a la humanidad. Nos gustaba ese simbolismo”, aseguró Gareth Edwards al presentar el filme en Nueva York.



Cuatro décadas después de su nacimiento en los estudios nipones Toho y después del descalabro del “Godzilla” realizado por Roland Emmerich en 1998, Hollywood ha dado una nueva oportunidad comercial en este filme que se estrena en Estados Unidos el 16 de mayo.

Esta vez el titánico monstruo va a buscar esa radiación y, aunque pasa por Filipinas, Japón y Hawai, no acaba yendo a buscar su verdadero “banquete” ni a Corea del Norte ni a Irán, sino a los depósitos de basura nuclear de Estados Unidos.

Su ambivalencia de fuerza destructora pero también de reajuste de la naturaleza es la metáfora que hila el filme. 



“No se puede luchar contra la naturaleza, esa no es la manera de ganar ninguna batalla. El hombre tiene que aprender a dejarle seguir su curso. Cuanto más intentamos controlarlo, es peor”, asegura el director, que debuta en las lides de la superproducción tras su prometedora “Monsters”.



“En el fondo habla de cómo los hombres estamos alimentando a un monstruo”, dice Elizabeth Olsen, una de sus protagonistas, sobre una versión atravesada por los fantasmas del tsunami que provocó las fugas de Fukushima en Japón o la paranoia terrorista post 11-S.



El enfrentamiento se produce entre Godzilla, el animal prehistórico dormido en las fosas abisales, y los Muto, las bestias creadas involuntariamente por el hombre debido a experimentos radiactivos. Este Muto representa “la demostración de los abusos del hombre, mientras que Godzilla es el equilibrio natural, aunque se exprese de manera tan violenta”, asegura Aaron Taylor-Johnson, actor conocido por “Anna Karenina” o “Kick Ass” que encabeza el cartel junto a Olson en una apuesta arriesgada de la Warner Brothers por los talentos emergentes en el que aspira a ser su gran éxito del verano.



Para dar solidez, Bryan Cranston, Juliette Binoche, Ken Watanabe o Sally Hawkins enriquecen el tejido emocional de una cinta que, pese a todo, no deja de ser la historia de una familia que busca respuestas a la pérdida de uno de sus miembros a causa de esas misteriosas radiaciones. 



“Las noticias cuentan revueltas en Ucrania y todos nos preocupamos, pero si te lo acotan a la historia de una familia completa, todo es mucho más sobrecogedor, nos rompe más el corazón que la estadística. Esta película, por eso, transmite un miedo genuino”, reconoce Olsen, que después de su debut celebrado en “Martha, Marcy, May, Marlene”, deja el cine independiente para entregarse a toda la maquinaria de Hollywood.



Pero para salvaguardar el respeto hacia ese original del que dicen haber sido más fieles que otras aproximaciones estadounidenses, en este “Godzilla” de 2014 no solo han contratado a un director fanático de la ciencia ficción asiática, sino al actor japonés más internacional, Ken Watanabe.

Su personaje es un científico cuyo padre vivió el lanzamiento de la bomba de Hiroshima en la II Guerra Mundial y el único que pone un poco de sensatez al despliegue de artillería militar al más puro estilo estadounidense. Y, no en vano, el único que pronuncia bien el nombre de la bestia: “Me pidieron que lo dijera al estilo anglosajón, pero yo mantuve la manera japonesa, que es ‘Gojirá”, bromeó.

“Gozilla”, según él, “tiene un rugido muy prolongado que asusta, pero también transmite la tristeza del mundo. Es el símbolo de la locura y la arrogancia del hombre. Y nuestros miedos, desde 1954, no han cambiado tanto”, concluye.