Sobreviviendo al cáncer en los tiempos de pandemia del COVID-19

Vicglamar Torres / Especial para Reporte Hispano

Ser diagnosticado con cáncer supone de por sí una situación estresante. Un paciente oncólogico por lo general siente que la muerte lo acecha, pero en la mayoría de los casos la angustia se ha duplicado tras la caótica situación que ha vivido la población mundial con la pandemia ocasionada por el Covid-19.

 Vicky León, paciente diagnosticada con un avanzado cáncer de colón, con metástasis en los pulmones y el hígado comenta que mientras en las pantallas de televisión hablaban del número de casos de COVID-19 que subía vertiginosamente a nivel mundial, ella se sentía cada vez más nerviosa y ansiosa, pensando en qué pasaría con ella, con su madre -quien también está siendo tratada con quimioterapia para tratar un cáncer de útero y peritoneo- y  con los demás pacientes con cáncer a quienes llama sus “compañeros de lucha”. Pero, para su alivio, en Nueva York y Nueva Jersey, ninguna sala de infusión -como se les llama-, fue cerrada durante la crisis de salud.

“Al principio fue muy duro. Cualquiera que haya padecido cáncer puede confirmar que sin importar el tipo o grado de lesión que se padezca siempre da miedo. Se trata de una enfermedad que atemoriza tanto a quien la sufre como a sus seres queridos. Tener cáncer y verte en medio de una pandemia mundial, de la que no se tienen antecedentes, ni se vislumbra cura, puede llegar a ser escalofriante. Yo recuerdo que en el comienzo, cuando  nada más se sabía que atacaba o debilitaba el sistema inmunoló gico yo pensaba ‘Santo Dios, pero si ya, mi mamá y yo tenemos el sistema inmunológico bajo, qué vamos a hacer’. Fueron días de mucho susto”, recuerda.

Además, por la época en la que comenzó a hablarse de Coronavirus, su madre aún estaba hospitalizada, recuperándose de una arremetida de la enfermedad. “Un día llegué al hospital y no me dejaron entrar. Había dos personas de seguridad en la entrada explicándonos a los visitantes que la entrada estaba suspendida por orden del gobernador hasta nuevo aviso. Yo sentí que el corazón se me puso en la boca del sobresalto”, comenta León, porque su madre es una anciana de ochenta años, quien parece ser muy ansiosa. 

“La imposibilidad de ver a tu ser querido, el saber que además de la situación de salud en la que ya se encentra, también corría el riesgo de contagiarse con el nuevo virus, me produjo insomnio”.

Afortunadamente a Inés León, su madre, le dieron de alta un día antes de que fuera decretado el estado de emergencia. “Para mí fue milagroso”, asegura Vicky entrelazando las manos como quien va a rezar.

En los hospitales que tienen servicio de oncología como el Memorial Sloan Kettering Cancer Center, Hackensack Meridian University Medical Center y Holy Name, desde el primer día empezaron a tomarse medidas y planificar la manera de cómo seguirían atendiendo a sus pacientes, cuyos tratamientos médicos, en sus casos, es realmente de vida o muerte.

“Es imposible determinar cuánto tiempo tarda en crecer o dispersarse el cáncer – asegura el doctor Peter Kingham, oncólogo especialista en hepatobiliar, del Memorial Sloan Kettering Cancer Center, mejor conocido como MSKCC-. Sin embargo, en el caso de los niños, todo este proceso se produce con mucha mayor rapidez. Esto es debido a que las células que constituyen los tumores en la infancia son células más inmaduras, que se dividen y multiplican con mayor rapidez que las que constituyen los cánceres del adulto, por lo que el desarrollo y evolución de los tumores en niños se producen en un periodo más corto”.

Los especialistas no solo no podían dejar de trabajar, sino que tenían que correr y arriesgar sus propias vidas en pro de sus pacientes. Alyson Yashar, especialista en oftalmología, cuya consulta privada está en Woodcliff Lake, NJ, pero quien trabaja en hospitales como el Valley Hospital y Hackensack Meridian University Medical Center, asegura que “estamos viviendo un tiempo sin precedentes. Nadie, en nuestra generación había experimentado algo similar. Como oftalmóloga me siento sumamente agradecida con los trabajadores de la primera línea, quienes se han arriesgado cada día por salvar las vidas de los pacientes. Constantemente estoy un poco nerviosa porque siempre tengo gente frente a mí de quienes no mantengo los seis pies de distancia y, obviamente tienes que tratar de protegerte a ti mismo lo mejor que puedas. Por eso, en nuestra oficina utilizamos dos mascarillas en vez de una sola. Pero es mi obligación como médico seguir atendiendo a mis pacientes”, manifestó Yashar. “Quienes trabajamos en servicios de salud, también tenemos familias. Para cada uno de nosotros es una preocupación constante qué pasará si llegamos a contagiarnos y llevamos el virus a nuestro hogar. Es paralizante. Pero hay que seguir adelante.”

En los hospitales no permiten que los pacientes asistan a las salas de inmunoterapia, radiación o quimioterapia con acompañantes. Se debe llenar previo a la cita médica un formulario respondiendo preguntas concernientes al riesgo de contagio con Coronavirus. Una vez en el centro médico, ellos proveen sus propias mascarillas, guantes y antisépticos. Se le toma la temperatura al paciente y se repiten las preguntas de rigor.

El protocolo de seguridad ha sido redoblado. Una vez concluida la sesión de inmuno, quimio o radioterapia, el paciente debe ser recogido de inmediato en las afueras del hospital, cuyo personal ha contactado con anterioridad a la persona encargada de buscar al paciente para informarle a qué hora aproximadamente debe estar disponible.

Centros de salud como el MSKCC, inclusive otorgan unos cobertores de zapatos desechables a sus visitantes antes de ingresar al recinto. Además, si un paciente necesita algún examen especial como endoscopia, colonoscopía o biopsia, debe hacerse con antelación, obligatoriamente la prueba del Covid-19. A los enfermos que están hospitalizados, de acuerdo al doctor Kingham, se les repite cada cierto tiempo el sudado del Covid-19 para asegurarse que no están contagiados.

FALTA LO BUENO

Los cuidados del hospital palidecen al lado de los que los pacientes oncológicos deben tener en sus propias casas. “Cada vez que me pasaban un video de ésos cómicos, donde la gente bañaba de pies a cabeza a quien llegaba a su casa, decía: ‘pero si casi, casi eso es lo que yo hago’. A mí me faltaba pegarle un manguerazo a quien abriera la puerta”, comenta entre risas Vicky León.

“Sin importar que la persona, fuesen los niños o mi esposo, hubiese salido nada más a botar la basura, al entrar a la casa se tenía que desvestir en la entrada. Poner esa ropa en una bolsa plástica y dejarla en el garaje – donde tenemos la lavadora-. Quitarse guantes y mascarillas y botarlos. Lavarse muy bien con agua y jabón de los antebrazos hasta las manos, durante veinte segundos. Colocarse desinfectante y rociar spray antiséptico en la zona de la entrada de la casa. Actualmente, cada vez que mi mamá o yo nos montamos en el carro, debo pasarle un pañito con desinfectante al volante y la tapicería. Además de rociar spray, una vez que nos bajamos para que se vaya evaporando mientras estamos en la terapia. Parece un ritual medio neurótico y extremista, pero tenemos que hacerlo puesto que en esta casa hay dos pacientes oncológicos”, asegura.

Cuenta también que ni ella ni su madre abandonan la casa, sino para ir a las terapias en el hospital o cumplir con alguna cita médica. “Aquí no se permiten visitas y no se hacen tampoco”, enfatiza León.

Hay familias como la de Erin, cuyo nombre real sus familiares prefirieron mantener en la reserva, que no han corrido con tanta suerte. Ella, era un ama de casa de 62 años, con una vida plena de afecto y muchas ganas de compartir sus recetas de pasteles con sus amigas. Fue diagnosticada, al igual que Vicky León, con un cáncer de colón con metástasis de hígado. Un buen día, de la nada, comenzó a toser. Se quejó de que le dolía la cabeza. Nadie podía imaginar que se trataba del virus porque Erin y su esposo estaban confinados en casa desde el principio de la pandemia. Veían a sus nietos solo por videollamadas y nada más ponía un pie fuera de casa para recibir su quimioterapia. Un buen día, Aaron, su marido de cuarenta años de matrimonio, la sintió quejarse mucho del dolor de cabeza. Pensó que era un efecto secundario de la quimioterapia que tanto la debilitaba. Al final de la tarde, decidió llevarla a un hospital cercano a su residencia en Westwood, NJ. No podía estar con ella mientras la atendían. La última vez que la vio, fue cuando Erin, se asomó a la ventanilla del carro para decirle que no se molestara con el personal de seguridad. “Amor, todos los cuidados son pocos. Es necesario que sea así”. Se volteó y le lanzó un último beso con la mano.