Las familias latinas enfrentan circunstancias difíciles con una deuda universitaria cada vez mayor

Por Rich Tenorio / Palabra

Nota del editor: Esta historia apareció por primera vez en Palabra, el sitio digital de noticias de la Asociación Nacional de Periodistas Hispanos.

Iliana Panameño deseaba estudiar una maestría en trabajo social, como lo había hecho su madre. Para pagar la matrícula en la Facultad  de Trabajo Social en la Universidad de Boston, regresó a vivir con  sus padres en Malden, Massachusetts. Panameño obtuvo préstamos para estudios de posgrado bajo su propio nombre para evitar abrumar a sus padres con deudas y no correr el riesgo de que tuvieran que aplazar su jubilación — una decisión que le costó.

En la actualidad, la combinación de pagos de préstamos federales y privados de Panameño es de aproximadamente $1,500 mensuales. Este año, su pago podría aumentar, ya que la pausa de pagos de préstamos estudiantiles federales de la administración Biden por tres años terminaría el 1 de septiembre o 60 días después de que resuelvan las demandas legales al programa de alivio de deudas. (Dichas demandas han llegado a la Corte Suprema.)

“La pausa en (los pagos) de préstamos estudiantiles ha sido un gran alivio”, afirmó  Panameño. “Siento que tengo tiempo para ahorrar más”. Sin embargo, le preocupa su futuro financiero una vez que la moratoria federal termine, y se pregunta si será posible jubilarse.

Panameño está consciente de que las cosas podrían ser mucho peor. En el difícil mercado inmobiliario de Boston, vive con sus padres sin pagar alquiler. Los ayuda con los pagos de servicios públicos y envía remesas a familiares en El Salvador. También vive su sueño de ser organizadora, ya que es directora  de comunicaciones en GreenRoots, una organización de justicia ambiental sin fines de lucro ubicada en Chelsea, una ciudad de clase trabajadora en las afueras de Boston con una gran población latina.

El año pasado, Panameño y su hermana se sentían estables económicamente para intentar comprar un condominio. El intento de compra fracasó. Luego subieron las tasas de intereses para hipotecas, lo cual detuvo sus planes. “Tengo un buen empleo, un trabajo  que paga bien”, comentó Panameño. Pero no cree poder comprar una vivienda sola debido a sus deudas de préstamo. También ha escuchado a sus amistades quejarse que los préstamos están dificultando sus planes en otros aspectos de sus vidas. “No confían en que les alcance el dinero para tener una familia”, resaltó. “¿Estaremos trabajando para siempre para pagarlos?”

A nivel nacional, 43.5 millones de personas con préstamos estudiantiles debían un récord total de $1.75 billones en febrero de 2023. El peso de la deuda es más intenso para los prestatarios latinos: Los latinos sacan préstamos con más frecuencia y dejan de pagar sus préstamos con mayor frecuencia  que sus colegas anglosajones , y también son la población de estudiantes matriculados de mayor crecimiento.

En total, entre 18 y 20% de los prestatarios con deuda en Estados Unidos son latinos, según Laura Beamer, una de las principales investigadoras de finanzas de educación universitaria en el Instituto Familiar Jain (Jain Family Institute), un grupo no partidista con cede en Nueva York. “Hay que suponer que más latinos van a solicitar préstamos en el futuro que los que están solicitando actualmente”, dijo Beamer.

Eduard Nilaj, investigador de ciencia de datos y colega de Beamer, considera que las consecuencias serán severas cuando termine la pausa de los pagos de préstamos federales. “Será más difícil mantener la hipoteca de una casa”, aseguró Nilaj, añadiendo que a algunos prestatarios se les hará difícil decidir “cuál deuda van a saldar primero”.

“Una falta de recursos — no solamente financieros, sino una falta de conocimiento — es realmente lo esencial  del problema,” explicó Jaclyn Piñero, ejecutiva general de uAspire, una organización nacional sin fin de lucro en Boston que asesora a las comunidades marginadas sobre la universidad. De la población a la que ayuda uAspire, 41% es latina, lo que equivale aproximadamente a 4,000 prestatarios al año.

“Para los estudiantes de primera generación en particular”, dijo Piñero, “es difícil encontrar a alguien en la comunidad que ya haya atravesado por eso, que pueda cerrar esa brecha de conocimiento y encuentre alternativas y oportunidades para continuar la educación más allá de la escuela secundaria”.

Panameño sí tiene un modelo: su madre, quien llegó a Estados Unidos desde El Salvador con una visa de trabajo y obtuvo una maestría en Trabajo Social de Boston College. Pero ni tener una progenitora con un título de posgrado libró a Panameño de los préstamos estudiantiles. Para sus estudios de posgrado, Panameño se dirigió a Union College en Lincoln, Nebraska, una institución privada que pertenece a la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Comenta que a su familia se le recomendó un préstamo PLUS con intereses altos. El préstamo federal, administrado por el Departamento de Educación, se le ofrece a padres de estudiantes tanto de licenciatura como de posgrado.

“Aunque tengo una madre que pudo explorar ir a la universidad y completar la universidad”, dijo Panameño. “Sentí que no había mucha información sobre cómo funciona el proceso”.

Para los que evitan los préstamos de balances altos, existen otros retos. Ruth Alcántara, colega de Panameño en GreenRoots, estudio en la Universidad de California, Santa Barbara, que ofrece un descuento en la matrícula para residentes del estado. Eso le permitió a Alcántara permanecer cerca de su familia inmigrante guatemalteca en Los Ángeles. La identidad guatemalteca es importante para Alcántara, quien tiene sobre su escritorio en GreenRoots un letrero en conmemoración del genocidio de las comunidades indígenas maya en Guatemala.

Para compensar el déficit de financiamiento, Alcántara tuvo varios empleos en USCB en sus cinco años de universidad del 2017 al 2022, incluyendo turnos de noche en la biblioteca de la escuela y trabajo virtual durante la pandemia. En cierto momento, su carga de trabajo era casi el equivalente de un empleo de tiempo completo.

“Si hay algo que mis padres siempre me dijeron era que no me endeudara demasiado para ir a la universidad”, afirmó Alcántara. “Tuve que sacrificarme un poco — mi bienestar físico y mental —trabajando mucho. Era una monotonía constante — del trabajo, a la escuela, a dormir, luego del trabajo, a la escuela, a dormir. A veces ni dormía”.

Los latinos que deciden sacar préstamos para la educación universitaria tienen sentimientos encontrados sobre los préstamos. Anna Rosario, hija de padres dominicanos devotos, fue la primera de nueve hermanos que fue a la universidad. Fue a una escuela católica para niñas en el Bronx donde afirma que no se le instaba  para que aplicaran a la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY, por sus siglas en inglés) que es mucho más asequible. “Probablemente hubiese obtenido la matrícula más económica”, dijo Rosario. “No fue lo que hice”.

En lugar de ello, Rosario envió una solicitud a Manhattan College, una universidad católica privada de artes liberales en el Bronx. “Lo normal era asistir a una institución privada”, dijo. “Me dejé llevar”.

La matrícula en Manhattan College es de $46,100 para el año académico actual y $23,050 por semestre. CUNY cuesta $6,930 al año para estudios de tiempo completo en el programa universitario de cuatro años ($4,800 para estudiantes de tiempo completo en el programa de colegio comunitario). En un principio, Rosario intentó un semestre a la vez, pero debido a eso se atrasaba a la hora de registrarse para sus clases. Luego, una de sus hermanas comenzó la universidad, ajustando más las finanzas de la familia. “Era muy obvio que era una batalla para mi familia”.

Su familia obtuvo préstamos privados adicionales para permitirle a Rosario inscribirse a tiempo para sus clases. “Simplemente quería ir a la universidad, no preocuparme por el dinero”, dijo Rosario.

Christopher Rivas lo vivió por experiencia propia. Rivas se crió soñando con ser actor. Para que pudiera costear el Instituto de Artes de California, su padres, escasos de dinero, firmaron conjuntamente sus préstamos estudiantiles por lo que llama “montos masivos”. Mirando atrás “eran personas que no entendían lo que estaban leyendo”, comentó Rivas.

Las familias inmigrantes de habla hispana también pueden tener dificultades a la hora de entender los documentos de los préstamos que están llenos de términos financieros desconocidos. Por lo tanto, los expertos recomiendan más educación financiera a nivel de escuela secundaria, elaborada especialmente para comunidades inmigrantes. “Se necesitan programas de alfabetización financiera que estén disponibles para estudiantes latinos y sus familias”, comenta Erica Romero, vicepresidente de abogacía sobre política de educación en Latinos for Education.

Algunos estados han tomado cartas en el asunto. El año pasado, la lista de estados que requieren la educación financiera en el currículo de secundaria aumentó a 14, siendo Michigan el más reciente en hacerlo. “Entre más se enseñe educación financiera general en lugares como escuelas secundarias públicas y centros comunitarios, más se beneficiarán las comunidades latinas cuando lleguen a esta etapa de sus vidas”, explicó Piñero de uAspire.

Seis meses después de graduarse del Instituto de Artes de Californias, Rivas tenía que empezar a pagar su préstamo, y la mensualidad era el doble de su alquiler en Los Ángeles. Luego de agotar sus opciones, halló una solución poco convencional — ingresó a un programa de doctorado en la Escuela Europea de Posgrado en Saas-Fee, Suiza, llamado “Artes Expresivas: Terapia, Instrucción, Consultoría, y Educación, Transformación de Conflicto y Construcción de Paz”. Rivas pospuso los pagos de sus préstamos para su licenciatura sacando préstamos para estudios de posgrado del gobierno de Estados Unidos.

Hoy en día, Rivas es un actor, recientemente formando parte del elenco en la serie de televisión Call Me Kat. Todavía está pagando sus préstamos. El pago mensual es más que su alquiler, pero agradece tener los medios para hacerlo.

Rosario, quien se graduó de Manhattan College en 2020, ahora trabaja del otro lado de la mesa como funcionaria de admisiones de la institución. Asesora a los jóvenes en su parroquia local, muchos de los cuales vienen de familias inmigrantes. Le advierte a los estudiantes que no saquen el monto completo del préstamo si solamente necesitan una parte y tienen otras maneras de solventar el balance.

Rosario quisiera que las universidades ofrecieran sesiones de ayuda financiera en otros idiomas además del inglés y que proporcionaran documentos traducidos.

“Las habilidades que desarrollé trabajando en admisiones no me ayuda solamente a mí, sino a mi comunidad”, afirma Rosario. “Es todo un proceso, en particular cuando se trata de estudiantes de primera generación o estudiantes minoritarios en general. Trato de ayudar a las familias siempre que puedo”.