El sonido de los pianos Steinway & Sons esconde manos latinas
Detrás del sonido perfecto del piano de cola, en muchas salas de concierto o en la Casa Blanca, y de su majestuosa presencia, hay manos latinas que han trabajado con dedicación, y mucha precisión, en una fábrica de Nueva York.
Salvadoreños como Luis Polanco o colombianos como Samir Eduardo trabajan desde el primer paso de la producción, en la fábrica Steinway & Sons en el barrio neoyorquino de Astoria, junto a un gran grupo de inmigrantes ecuatorianos, puertorriqueños, dominicanos, mexicanos y provenientes de otros países de América Latina, que representan el 20 % de los más de sus 300 empleados.
También provienen de Guyana, Haití, Jamaica o Barbados, y juntos sobrepasan el 50 % de las manos que confeccionan una de las marcas más prestigiosas del mundo, que se dirigirán a salas de conciertos, teatros, a hogares de famosos como Billy Joel o a coleccionistas privados a través de América.
Una segunda fábrica está en Alemania y los pianos se distribuyen en el mercado europeo, como los de cola que se hallan en palacios y el Vaticano.
“Esta es la fábrica más antigua y pronto, el 5 de marzo, cumpliremos 162 años. El piano más famoso que se ha hecho es el que está en Casa Blanca con patas de águila, fabricado en los años 30 y no tiene valor, es único”, comentó David Kirkland, administrador de servicio y experto en la historia de Steinway.
El proceso en Nueva York, donde se ubican desde 1853 en una sede central que fabrica 1.600 pianos al año, -pese a que gran parte del proceso es artesanal-, comienza temprano en la mañana, y el olor a madera impregna cada rincón ya que se usan hasta ocho variedades de árboles en su confección.
“Aquí se hace la parte externa o aro del piano, con 22 piezas de arce a las que se pone pega y luego se doblan en la prensa”, dijo Polanco, todo un experto y quien ha trabajado durante diez años en la fábrica, de varios niveles y con espacios muy amplios iluminados por la luz que llega a través de los grandes ventanales.
Una vez son colocadas en la antigua prensa -la misma que se ha usado desde 1878- para convertirlas en el aro del piano, un grupo de hombres presionan al unísono para dar forma a las piezas.
Todas las 12.000 partes que componen este instrumento musical se colocan dentro del aro o caja, como le llaman algunos.
Al escuchar las melodías del piano que se apoderan de cada rincón de una sala de conciertos, son pocos los que pueden imaginar el proceso complejo de cada paso de su confección, donde se unen el arte y la mano de obra artesanal.
“Aquí se trabaja con mucha precisión. Esta es la vida del piano y se trabaja por milímetros”, dijo complacido Galo Torres al referirse a la tapa armónica (su función es amplificar la onda sonora producida por la vibración de las cuerdas) que tiene a cargo su departamento, donde ha trabajado durante 28 años.
“Cuando la tecla golpea, el sonido tiene que ser perfecto”, comentó Torres, de Guayaquil, y cuyo trabajo se complementa con el de su compatriota Roberto Bravo, quien dice con orgullo que fabrica “los martillos que pegan a las cuerdas y emiten el sonido que produce la música”.
En esta fábrica en el vecindario de Astoria también se reparan y restauran pianos Steinway, algunos muy antiguos, y el experto es el también ecuatoriano Eduardo Carrasco, con 44 años de experiencia en el oficio.
Carrasco reparó el único piano en el mundo con doble teclado y cuatro pedales fabricado por esta compañía en 1920, en Alemania, que ahora está en la Universidad de Wisconsin.
“Fue un reto, uno de los mas grandes. Fue bien intenso, una tremenda experiencia. Tuve que fabricar piezas idénticas porque ya no se hacen”, recuerda Carrasco.
El piano de conciertos fue comprado por un hombre en Wisconsin quien buscó ayuda hace cinco años en Nueva York para su reparación “y se le pidió a Eduardo trabajar en ello porque tiene la experiencia. Es el único que sabía hacerlo”, indicó Kirkland.