El discreto encanto de ignorar a Venezuela
Por Andrés Correa Guatarasma / Tribuna Abierta
Mucha gente nos ofrece un sermón y/o consejos a los venezolanos que sobrevivimos en el exterior. Si a ello agregamos la cascada de mensajes trágicos que recibimos a diario desde nuestro país, la receta está servida para el colapso nervioso.
Los más atrevidos nos reclaman por no estar “allá, peleando en las calles…”. Otros más “benévolos”, pasivo agresivos, reconocen la gravedad de la crisis, que consideran sorpresiva y desproporcional para un país más acostumbrado “a las telenovelas y las reinas de belleza”. Nos subestiman y compadecen en la misma oración, ignorando el inmenso aporte histórico salido de la nación que más vertió sangre en la independencia de Suramérica, aun siendo una mustia Capitanía General rodeada de virreinatos.
En el siglo XX, la Doctrina Betancourt, la OPEP y gran parte de los acuerdos de paz en Centroamérica también saldrían de Caracas. Siendo ya una nación próspera con vuelos supersónicos a París en un continente sumido en miseria y dictaduras, Venezuela recibió inmigración masiva de Latinoamérica, Europa y Medio Oriente.
Hoy todo luce diametralmente diferente. Es gravísimo lo que sucede en Venezuela, pero quizá más triste ha sido la “reacción” internacional. Como en la película clásica de Luis Buñuel “El discreto encanto de la burguesía”, el mundo y particularmente los vecinos se nos “aproximan” con una desconexión absoluta: llegan tarde, con indiferencia y fuera de contexto. Por no hablar de mezquindad y regocijo de que los “despilfarradores petroleros finalmente estén recibiendo una lección…”.
No hay excusas: ésta es la primera barbarie occidental que se vive en tiempos multimedia y aún así ni para la Carta Interamericana se consiguen los votos en la OEA, petróleo mediante.
En la adversidad se sabe quién es quién. El silencio ha privado hasta en aquellos estados democráticas que más le deben a Venezuela: Colombia, Argentina, Chile, República Dominicana y Panamá, cuyos gobiernos realizan tibias críticas y piden “diálogo” con un régimen que asesina a sus ciudadanos aún antes de que nazcan, exhibiendo la mortalidad infantil más disparada del globo.
Tampoco hay reacción en sus facultades y gremios, que se supone tendrían sensibilidad especial hacia la universalidad de los derechos humanos. Toleran en Venezuela atrocidades que no permitirían ni por una semana en sus territorios y hasta cierran puertas a sus emigrantes, reduciéndonos la ecuación a luchar y morir o conformarse y callar.
Desde EEUU, la postura no es diferente y con Barack Obama el retroceso fue mayúsculo, sacrificando a Venezuela a favor de pactos con Cuba y las FARC. Aparte de corporaciones mercenarias que se aprovechan de la chequera petrolera que fluye sin control desde Caracas, investigaciones periodísticas como “Chavistas en el Imperio” (Casto Ocando, 2014) han documentado aberrantes vínculos entre republicanos y demócratas con el régimen venezolano de los últimos 18 años.
A ello se suman informes como el de la organización Media Research Center, que, tras analizar 50 mil reportes de las principales televisoras nacionales de EEUU en los últimos cuatro años (CBS, NBC y ABC), concluyó que sólo en 25 oportunidades se informó sobre Venezuela, la crisis más importante del hemisferio occidental, a un promedio de 30 segundos por mes.
Lo positivo es que ante la indiferencia, la población civil venezolana está dando una lección de valentía que ningún país vecino puede exhibir en su historial, luchando con el hambre como única arma.
Hace poco, una marplateña que vivió 13 años en Caracas resumió que “los venezolanos fueron las personas más abiertas y tolerantes que me tropecé en la vida. De ellos aprendí muchas cosas. Me educaron, me dieron una profesión, el mejor trabajo y los mejores amigos de mi vida. Y algo fundamental: me enseñaron a ser mejor persona…”.
La ingratitud inexplicable nos genera una profunda decepción, nutriendo sentimientos que no eran parte de nuestra idiosincrasia. Pero saldremos fortalecidos: las telenovelas nos acostumbraron al drama, a los vaivenes y al mal vencido después de 300 capítulos llenos de intrigas y envidias.
*Andrés Correa Guatarasma es corresponsal y dramaturgo venezolano residenciado en Nueva York, afiliado a la Academia Norteamericana de la Lengua Española, el Dramatist Guild of America y la Federación Internacional de Periodistas.