Santos, Londoño y la sombra de Gabo, en el adiós a las armas de FARC
Gonzalo Domínguez Loeda / EFE
Esta vez sí, después de varios intentos, las FARC pudieron darle el adiós a las armas en un acto en que el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, devolvió al líder rebelde “Timochenko” su nombre de pila -Rodrigo Londoño- y en el que las manidas mariposas de Gabo literalmente volaron.
El lugar elegido para escenificar el reencuentro de esas dos colombias enfrentadas durante más de medio siglo no fue Macondo, pero en ocasiones recordó a esa aldea garciamarquiana.
El punto de encuentro fue la vereda (aldea) de Buenavista, que forma parte del municipio de Mesetas, en el departamento del Meta (centro), un lugar donde los Llanos Orientales pierden su nombre en medio de la cordillera andina.
Llegar hasta allí supone una pequeña odisea: es necesario atravesar complejas trochas en las que apenas se puede ver más allá de la siguiente curva.
En esa remota área sólo viven bovinos y algunos campesinos cuyas casas humildes y de madera, en las que no faltan antenas de televisión, salpican el paisaje.
Pero la imagen tiene poco de bucólica pues esa parte del país fue un escenario de combate sin cuartel en el que las FARC se enseñorearon y combatieron a la fuerza pública y paramilitares.
“Este día no termina la existencia de las FARC, en realidad a lo que ponemos fin es a nuestro alzamiento armado de 53 años pues seguiremos existiendo como un movimiento de carácter legal y democrático”, dijo el líder guerrillero.
La huella de la guerra se siente en forma de minas antipersona que sembraron las FARC por centenares en la zona y que todavía dejan su estruendo en ocasiones, cuando algún animal pisa una de ellas o algún desafortunado vecino se sale de los caminos marcados.
Sobre esa marca hollaron este martes Santos y Londoño (conocido en todos lados por su nombre de guerra, “Timochenko”) para dejar otro estrato sobrepuesto, la fotografía del fin de un conflicto que, como recordó el presidente, dejó más de ocho millones de víctimas, entre ellas más 220.000 muertos.
En Buenavista está instalada una de las zonas veredales transitorias de normalización (ZVTN) en la que cerca de 550 guerrilleros están terminando su tránsito hacia la legalidad y donde han dejado las armas en el último mes.
Ver a Santos adentrarse en un campamento así, que no es el típico de las FARC pero que no deja de ser el de una guerrilla, supone en sí mismo un contraste enorme.
El presidente llegó a la zona escoltado por un grupo de policías sin uniformes que le abrieron paso hasta el escenario preparado para la ocasión ante la mirada indiferente de los concentrados en la ZVTN, (ex)guerrilleros y simpatizantes.
Cuando llegó al lugar dispuesto, se formó otro corrillo para escoltar a Londoño, todavía “Timochenko”, entre el jolgorio de los todavía guerrilleros que recibieron a “Timochenko” entre gritos de viva a la paz.
Ya en el escenario volvieron a dividirse, a la izquierda se sentó Santos y parte del Gobierno, a la derecha Londoño y buena parte de los mandos guerrilleros.
En medio, el jefe de la Misión de la ONU, Jean Arnault, de azul cielo.
Frente a ellos, entre la gente, había incluso algún exguerrillero veterano como el antiguo líder del Movimiento 19 de Abril (M-19) y hoy senador Antonio Navarro Wolff, tal vez una imagen de futuro en la que se miraba Londoño o su mano derecha, Luciano Marín Arango, al que todos se refieren todavía como “Iván Márquez”.
Los discursos fueron de rigor; el de “Timochenko” doctrinario y con reclamos al Gobierno, que levantaba los aplausos de una escueta grada que le ve como a una estrella del rock.
Somero, con apelaciones al país completo y citas de Víctor Hugo, el de Santos consiguió que en algún punto los todavía guerrilleros le dieran un sonoro aplauso.
Al acabar el suyo Londoño, se acercó a Santos, le dio un papel cuyo contenido no desveló y liberaron mariposas blancas. A la luz del sol brillaban amarillas como las que persiguieron hasta su tumba a Mauricio Babilonia en “Cien años de soledad”.
Durante el suyo, Santos le entregó al recién renombrado Londoño un fusil convertido en pala.
Entre medias, ya sin las dudas del inicio pero todavía con los nervios de quien se sabe observado y juzgado, ambos se dieron la mano. Sin excesos.
Arnault, en cambio, se fundió en un abrazo con los mandos de las FARC con quienes demostró una conexión que los guerrilleros no encuentran con la sociedad colombiana.
A ella no les afecta la epidemia del olvido y tienen muy presentes los secuestros, masacres y minas que sembraron el terror en los caminos. Todavía no ha llegado el perdón.