Temor en cada entrega: los “deliveristas” se juegan la vida en el año Covid

Ruth E. Hernández Beltrán / EFE News

Enfrentar la crisis por la pandemia de la covid-19 fue “difícil”, un “reto” a nivel personal y laboral para el guatemalteco Sergio, que, a pesar de los riesgos que corría, no ha parado de entregar comida en los hogares de Nueva York, que se convirtió en el epicentro mundial de la pandemia.

“En lo personal sentí nostalgia porque de repente todo se apagó. Los trenes vacíos, desolación, se sentía miedo, hasta en el ambiente”, dice este repartidor de comida.

“Pero los latinos -agrega- somos resistentes a muchas cosas. Hemos resistido guerrillas, huracanes, un montón de cosas y aquí estamos”, dice mientras espera en un banco por una llamada de un restaurante para su próxima entrega, frente a la Bolsa de Valores.

EL VIRUS QUE DETUVO A LA CAPITAL DEL MUNDO 

Sergio asegura que la desolación que vio en las calles tras decretarse un cierre del estado de Nueva York por la pandemia le recordó la aldea donde creció en Guatemala, en tiempos de la guerrilla.

“Aunque era pequeño no olvido cuando decían ‘escóndete que ahí viene la guerrilla” o ‘escóndete que ahí vienen los soldados’ y todo quedaba vacío. Uno miraba por las ventanas o los agujeritos (en las paredes) la desolación”, recuerda.

Este “deliverista”, como suelen llamarles en Nueva York, asegura que salir a trabajar fue un reto diario, lo que hacía “armado” de guantes, mascarillas y desinfectante de manos.

Pero no sin antes haber tomado su vitamina C cada día y en las noches un té que le recomendaron de gengibre con canela y miel para intentar esquivar a la covid-19, que solo en la ciudad de Nueva York ha dejado un saldo de más de 750.000 positivos y cerca de 30.000 muertos.

Cada recogida de comida en los restaurantes y entrega a los hogares durante la crisis, que llegó a cobrarse la vida de al menos 800 personas por día, lo hacía con temor, “pidiéndole a Diosito y siguiendo las instrucciones” al pie de la letra de las autoridades de salud.

Recuerda que en la mayoría de los edificios no se les permitía subir a los apartamentos, por lo que enviaban la comida en el ascensor o se la entregaban al portero y él lo hacía.

OTRO VIRUS, LA VIOLENCIA 

Pero la pandemia no sólo trajo desolación y miedo para Sergio y sus compañeros “deliveristas”. Fue un momento en que enfrentaron agresiones y robos “violentos”.

“Abril, mayo, junio y julio fueron los meses más complicados porque las calles estaban desoladas, muertas, la violencia que se vivió era muy fuerte”, lo que llevó a estos inmigrantes a cuidarse entre ellos, viajando juntos en los trenes cuando salían y regresaban de trabajar, indicó.

“Siempre estábamos en contacto. Veníamos a las ocho de la mañana y a las 2 o 3 de la tarde era tiempo de irnos a casa. Muchos decían que de noche había dinero pero era mayor el riesgo. No sólo era la pandemia sino los asaltos. Los robos eran violentos”, recordó.

A nivel personal no olvida el 8 de abril cuando su esposa tuvo que viajar a otro estado con la familia para la que trabaja como niñera y que dejó Nueva York huyendo a la pandemia.

“Fue muy duro. Me quedé solo de abril a septiembre, con temor a que ella se enfermara, preocupado por mis hijos en Guatemala, por los gastos (de acá y de su familia en su país) porque los ingresos se redujeron”, explica.

Sergio asegura que fue “un reto vivir y sobrepasar cada día”.

“La mayoría de los latinos no esperábamos llegar a casa y encontrar un cheque en el correo”, dice en referencia al estímulo económico del que los indocumentados fueron excluidos.

“La necesidad nos empujó a que estuviésemos en esto hasta hoy y creo que puedo decir que victoriosos. A pasos lentos todo está reviviendo” aunque el miedo sigue latente, afirma. Por su parte, no piensa rendirse.