Bergen, entre condados ricos abrumados por el aumento del hambre infantil
Por Laura Ungar / Kaiser Health News
Alexandra Sierra puso cajas de comida en la mesada de su cocina, donde su hija Rachell, de 7 años, revolvía una jarra de limonada.
“¡Oh, Dios mío, huele tan bien!”, dijo Sierra, de 39 años, sobre el “tesoro” que acababa de recoger en un banco de alimentos, mientras sacaba una ensalada y un recipiente con sopa.
Sierra organizó la comida donada y planeó el almuerzo para Rachell y sus hermanos, de 9 y 2 años. Dijo que no sabía qué harían sin ayuda.
La familia vive en el condado de Bergen, Nueva Jersey, una zona densamente poblada de 70 municipios frente a Manhattan, con una población de 950.000 personas, la mayoría con salarios que representan el 1 % de ingresos más altos a nivel nacional.
Pero Sierra y su esposo, Aramon Morales, nunca ganaron mucho dinero y ahora están sin trabajo debido a la pandemia.
Las consecuencias económicas de la covid-19 han hecho que el hambre infantil aumentara a niveles récord. La necesidad ha sido extrema desde que comenzó la pandemia, y pone de relieve las enormes brechas en la red de seguridad de la nación.
Si bien todos los condados de Estados Unidos han experimentado un aumento en las tasas de hambre, los incrementos más pronunciados se registran en algunos de los condados más adinerados, donde la riqueza general oscurece las frágiles finanzas de los trabajadores con salarios bajos.
Y estas comunidades no están tan preparadas para afrontar la situación como los lugares que han estado confrontado la pobreza por largo tiempo, y que ya están equipados con redes solidarias de distribución de alimentos sólidas y organizadas.
Los datos del grupo de defensa contra el hambre Feeding America y la Oficina del Censo de Estados Unidos muestran que los condados que experimentan los mayores aumentos estimados en la inseguridad alimentaria infantil en 2020, en comparación con 2018, generalmente tienen ingresos familiares medios mucho más altos que los condados con cambios más pequeños.
En Bergen, donde el ingreso familiar promedio es de 101.144 dólares, se estima que el hambre infantil ha aumentado 136 %, en comparación con el 47 % a nivel nacional.
Eso no significa que los condados ricos tengan la mayor proporción de niños hambrientos. Se estima que 17 % de los niños de Bergen padecen hambre, en comparación con un promedio nacional de alrededor del 25 %.
Pero generalmente es más difícil encontrar ayuda en los lugares más ricos.
El próspero condado de St. Charles, en Missouri, al norte de St. Louis, con una población de 402.000 habitantes, ha experimentado un aumento del hambre infantil de 69 % y tiene 20 sitios que distribuyen alimentos del St. Louis Area Foodbank. La ciudad de St. Louis, con una población de 311.000, tiene un incremento del 36 %, pero cuenta con 100 sitios de distribución.
“Existe una gran diferencia en la forma en que los distintos lugares están preparados, o no, para lidiar con esto y cómo han luchado para abordarlo”, dijo Erica Kenney, profesora asistente de nutrición de salud pública en la Universidad de Harvard. “El sistema de alimentación solidaria se ha visto muy afectado”.
Eleni Towns, directora asociada de la campaña No Kid Hungry, dijo que la pandemia “deshizo el progreso de una década en la reducción de la inseguridad alimentaria”, que el año pasado amenazó al menos a 15 millones de niños.
Y aunque el plan de ayuda por covid del presidente Joe Biden, que promulgó como ley el 11 de marzo, promete ayudar con medidas contra la pobreza, como pagos mensuales a las familias de hasta 300 dólares por niño este año, no está claro hasta dónde llegará la legislación para abordar la emergencia del hambre.
“Definitivamente es un paso en la dirección correcta”, dijo Marlene Schwartz, directora del Rudd Center for Food Policy and Obesity de la Universidad de Connecticut. “Pero es difícil saber cuál será el impacto”.
MÁS NECESIDAD EN ÁREAS DE ABUNDANCIA
Después de que golpeara la pandemia, el Gobierno federal aumentó los beneficios del Programa de Asistencia Nutricional Suplementaria (SNAP) y ofreció tarjetas de transferencia electrónica de beneficios para compensar las comidas escolares gratuitas o a precio reducido mientras los niños tomaban clases desde sus casas.
La familia de Sierra vio que sus beneficios SNAP, de aproximadamente 800 dólares al mes, aumentaron levemente y recibió dos de esos pagos electrónicos, por 434 dólares cada uno.
Pero al mismo tiempo, perdieron sus principales fuentes de ingresos. Sierra tuvo que dejar su trabajo en un depósito de Amazon cuando la escuela de los niños se volvió virtual, y Morales dejó de conducir para Uber cuando los viajes se volvieron escasos y temía tener covid, además de su asma.
El alivio federal no fue suficiente para ellos y para muchos otros. Así que acudieron en masa a los bancos de alimentos.
En teoría, las despensas, y los bancos de alimentos que los abastecen, son parte de un sistema de emergencia diseñado para crisis de corto plazo, dijo Schwartz. “El problema es que en realidad se han convertido en una fuente estándar de alimentos para mucha gente”.
En el condado de Bergen, el año pasado, el Center for Food Action ayudó a 40.500 hogares, frente a los 23.000 del año anterior. En el condado de Eagle, Colorado, donde se encuentra la estación de esquí Tony Vail, el banco de alimentos Community Market cuadruplicó su número de clientes, a 4.000.
Y en las afueras de Boston, en el próspero condado de Norfolk, Massachusetts, donde los datos de Feeding America muestran que el hambre infantil aumentó de 6% a 16 %, los clientes de Dedham Food Pantry se triplicaron: ahora son 1.800.
“Esto está simplemente fuera de control en comparación con otras épocas”, dijo Lynn Rogal, vicepresidenta de la despensa de Dedham, que abrió por primera vez en 1990.
Los gerentes de la despensa dijeron que un número desproporcionado de clientes pertenecen a grupos minoritarios. Muchos perdieron trabajos en el sector de servicios. Julie Yurko, directora ejecutiva del Northern Illinois Food Bank, dijo que hasta la mitad de sus clientes actuales nunca habían buscado ayuda antes.
“A principios de enero, tuvimos que empujar una minivan blanca con tres niños, de cinco años o menos. Se habían quedado sin gasolina allí ”, dijo Yurko. “La mamá estaba llorando y sus hermosos hijos estaban sentados mirándola”.
Kelly Sirimoglu, vocera del Center for Food Action de Nueva Jersey, dijo que el estigma en torno a buscar ayuda puede ser peor en las áreas ricas. Agregó que algunas personas le dicen: “Nunca pensé que estaría en la fila para buscar comida”.
Defensores dijeron que la renuencia a buscar ayuda significa que es probable que la necesidad sea aun mayor de lo que parece.
Katie Wilson de St. Charles, Missouri, dijo que un amigo de un amigo le comentó sobre una despensa de alimentos dirigida por Sts. Joachim & Ann Care Service. Casi no fue. La madre soltera con dos hijos, de 11 y 9 años, perdió su trabajo como auditora de hotel en junio y trató de sobrevivir sin sus ingresos durante dos meses.
“Nos encontramos en una situación en la que ‘calefacción o comida’”, dijo Wilson, de 42 años, al describir tener que elegir entre calentar su casa o comprar comida. “Fue muy difícil mirar alrededor y decir ‘No hay nada para comer’”.
LUCHANDO POR LLEGAR AL FIN DE MES
A medida que el hambre se ha vuelto más visible, han aumentado las donaciones a organizaciones de alimentos. Pero no abordan el problema central de una infraestructura que no se adapta a la nueva necesidad.
Algunas despensas están abiertas solo unas pocas horas a la semana en sótanos de iglesias, muy lejos de las que operan regularmente y parecen supermercados. Muchas despensas pequeñas tuvieron dificultades para cambiar a la distribución de alimentos al aire libre durante la pandemia o encontrar nuevos ayudantes cuando los pocos voluntarios, generalmente adultos mayores, se sentían inseguros haciendo el trabajo.
“Definitivamente es más difícil en estos lugares”, dijo Yurko, cuyo banco de alimentos distribuye en el condado de Kendall, Illinois, que tiene solo tres despensas para una población de 129.000. “Las redes de seguridad no son tan sólidas”.
Una red sólida también requiere que las despensas cooperen entre sí, y con la gama más amplia de servicios sociales locales. Eso ha estado sucediendo durante años en Flint, Michigan, dijo Denise Diller, Directora ejecutiva de Crossover Downtown Outreach Ministry, que administra una despensa. Las agencias y los líderes comunitarios se unieron en 2014 cuando el plomo envenenó el agua potable.
“Por eso, cuando apareció la covid, ya estábamos listos”, dijo Diller.
Atlanta también lo estaba. Como en Flint, el hambre nunca estuvo escondido en la ciudad; el 15 % de los niños del condado de Fulton, que incluye a Atlanta, pasaban hambre antes de la pandemia.
Después de que se suspendieran los turnos de voluntarios por covid, el Atlanta Community Food Bank le pidió a la Guardia Nacional de Georgia que ayudara a clasificar, empacar, almacenar y entregar alimentos para satisfacer las necesidades del 22 % estimado de niños que padecen hambre.
El banco de alimentos también se asoció con siete distritos escolares en más de 30 despensas móviles.
Tal coordinación y conexiones faltaron en el condado de Bergen, donde 80 despensas trabajaban en su mayoría de forma aislada cuando golpeó la pandemia, explica Tracy Zur, comisionada del condado. “No estaban colaborando. Iban por el mismo camino que habían recorrido durante décadas. Existía la necesidad de cambiar la antigua forma de hacer las cosas y trabajar juntos para tener más impacto”, dijo.
Zur lideró la creación de un grupo de trabajo de seguridad alimentaria en julio, llegando a líderes municipales y religiosos. Los objetivos incluyen alimentar a las personas, conectarlas con otros servicios y convertir algunos programas de alimentos de emergencia en despensas completas. “Construir una infraestructura es trabajoso y continuo”, dijo.
Ahora, agregó Zur, las despensas están comenzando a compartir entre sí cuando una recibe una gran donación de artículos perecederos, como huevos o leche.
Con la necesidad tan extendida, los residentes hacen lo mismo.
Durante un viaje reciente a la despensa, Sierra, la madre de Nueva Jersey, abrió el baúl de su Toyota 1999 y hurgó en las dos cajas grandes que los voluntarios acababan de colocar allí. Había huevos, pollo, pan, mantequilla, queso y manzanas, y pensó: “Tengo más de lo que necesito”.
Dijo que nunca desperdiciaría alimentos. Cualquier extra iría a sus vecinos y a sus hijos hambrientos.