El dibujante y caricaturista Edgar Barco en su lucha con la bebida no deja de crear
Una más y hasta luego.
Edgar Barco, caricaturista, diseñador gráfico y dibujante, con trayectoria en los principales medios de comunicación hispanos del área tri estatal, a puertas de cumplir 58 años, en este agosto tórrido, lleva varios meses tratando de salir, nuevamente, del vicio de la bebida de alcohol. Hace varios años cayó en esta enfermedad.
Lo encontramos en la avenida Bergenline, al medio día del martes último, aparentemente sobrio, sus compañeros de tragos ya habían comenzado el día, él aún no empezaba.
Hace dos años, se le veía en la calle muy desmejorado. Sin dientes, con cataratas en los ojos y la piel al rojo vivo, escamada por la psoriasis.
Gracias a los servicios sociales y a la ayuda de sus hijas, el año pasado, mantuvo la psoriasis a raya, recuperó la sonrisa y se operó de cataratas. Sin embargo, su pelo cano y las barbas grises delatan su edad. La memoria a veces le falla.
“Le dije a la doctora, como estaba del hígado: me dijo que estaba perfecto,” relató Barco. Al día siguiente, con la buena noticia, se fue a celebrar.
En lo más alto de la pandemia de los cinco amigos con los que bebía frecuentemente, solo él y Katy, no contrajeron el Covid, dice Barco.
“Mi hija me dice que tengo siete vidas como el gato, porque no me entran ni las balas,” agregó.
Hace diez meses que toma sin parar. Quiere parar. Una vez más espera internarse en los próximos días.
Ha pasado tantas veces por la cura, desintoxicación o como se le llama, que ha perdido la cuenta.
En medio de todo recuerda que, cada vez que se interna en el Craigh Hospital, el personal del nosocomio le dice, cuando aparece en silla de ruedas “allí viene el artista”.
No pierde su prerrogativa artística, pese a los ardores del alcohol, sigue produciendo dibujos y bocetos que hablan de su mirada, que empezó a darle forma desde 1979, en la Escuela de Bellas Artes de Guayaquil.
Parte de esa formación, la manifestó en la muestra “Guayaquil: La Nostalgia llevada al Arte”, que exhibió el 13 de julio del 2018 en la galería del museo William V. Musto Cultural Center, de Union City, junto con su hermano Walter, quien presentó pinturas en piedra o litopintura.
Edgar expuso dibujos a pluma y bolígrafo. Vendió $2,000.
Una pieza en particular destaca de ese periodo, se le encuentra en sus redes sociales: una escena cotidiana en el puerto de Guayaquil. Mientras los pescadores ofrecen sus productos, colgados los peces en un extremo de la vara, una dama elegante, provista de una coqueta sombrilla cruza la calle adoquinada, al fondo se divisan embarcaciones, todo ello en un plano comprimido, a manera de un teleobjetivo, que acerca al espectador la escena citadina.
Ahora su mirada se ha tornado más agresiva. En Unicornio I y II, los dibujos que ha esbozado al calor de los días en vilo por el alcohol, destacan los animales imposibles, con cuernos y cachos desmesurados, cabezas o cuerpos de mujeres voluptuosas montados en peces o animales mitológicos.
Nacido en Quevedo, provincia De Los Ríos, Ecuador, Barco recuerda que desde temprana edad sus padres le llamaban al orden, con látigo en mano, cuando lo sorprendían rayando las paredes de su casa.
“Cuando estaba en la primaria recuerdo que siempre me sentaba al último, la profesora me sorprendía dibujando en lugar de atender la clase, me agarraba a reglazos en las manos,” recuerda Barco.
En los años 70, su padre Estuardo, de 94 años, ya jubilado en Guayaquil, residía en Estados Unidos y recibió una llamada de la mamá de Barco, en la época un joven de 16 años, quien le informa que su hijo no sirve ni para la medicina ni para la arquitectura, que debían matricularlo en la Escuela Bellas Artes porque, al parecer, dibujar es lo que mejor sabe hacer.
Acabada la escuela, el papá de Barco, en 1983, lo trae a Estados Unidos.
Luego de hacer una antesala laboral por la fábricas de la zona del Condado de Hudson, comienza a trabajar como diseñador gráfico en periódicos de la época, siendo parte de la fundación de El Especial Deportivo, el diario Hoy, entre otros.
Es llamado a trabajar como diseñador gráfico en El Diario La Prensa de New York, donde comienza a publicar caricaturas de temática política y social.
Allí, entre cafés, copas, vive de cerca el caso más sorprendente de la prensa hispana de todos los tiempos en el área triestatal: el asesinato del periodista Manuel de Dios Unanue, ex-director de La Prensa, autor del libro “Los Secretos del Cartel de Medellín”, quien al momento de ser asesinado a manos de un sicario de dicho Cartel, en 1992, en el Mesón de Asturias, de Queens, conducía el programa de radio “Lo que otros callan”.
A Barco los amigos de esas épocas lo tratan entrañablemente. Ahora está sin teléfono, el último se lo robaron cuando se quedó dormido en una banca, espera volver a hablar pronto con alguno de ellos.
No sabe cuánto tiempo más vivirá en Estados Unidos, pero el día que jubile al país regresará a Guayaquil, a vivir en un segundo piso que su padre le reserva. Ese será su último acto de rebeldía.