Alfonso Gómez Rejón se abre camino como director de cine

El director Alfonso Gómez Rejón, de origen mexicano, se convirtió en la sensación del pasado festival de Sundance con “Me and Earl and The Dying Girl”, cinta que se estrena el viernes en EEUU y que muchos colocan en la carrera por los Óscar, aunque él no quiere ni oír hablar de esas expectativas.



“No lo quiero creer”, reconoció en una entrevista el cineasta de Laredo (Texas), de 42 años.

“¿Y si no funciona? ¿Si nadie va al cine a verla? Aún faltan muchos meses para los Óscar y faltan por estrenar muy buenas películas. Por eso, me centro en el aquí y el ahora. Estoy muerto de miedo antes del estreno. Siento pánico total”, confesó Gómez Rejón, cuya obra triunfó en Sundance con los premios del jurado y de la audiencia.



El realizador, de padres mexicanos y raíces españolas, cuenta en “Me and Earl and the Dying Girl” la historia de un estudiante con vocación cinematográfica que rehuye de las relaciones sociales y ve cómo su vida se altera cuando su madre le obliga a hacerse amigo de una alumna que padece leucemia.



La cinta, que se basa en la novela de Jesse Andrews -autor también del guión- y mezcla risas inteligentes con una emoción muy cuidada, tocó una fibra muy sensible en Gómez Rejón.

“Como director, uno siempre pretende transformar el texto en algo personal, y el guión de Jesse me encantó por sus diálogos y porque tocaba un tema importante para mí. Había perdido a mi papá hace un año y estaba completamente perdido. Necesitaba desahogarme”, explicó el cineasta.



Gómez Rejón, que comenzó como asistente de Martin Scorsese y Alejandro González Iñárritu, se había volcado en la televisión dirigiendo episodios de series como “Glee”, “American Horror Story”, “The Carrie Diaries” o “Red Band Society”, e incluso había dirigido su primer filme: “The Town That Dreaded Sundown”.

“Eso -declaró- me dio experiencia con la cámara y me permitió trabajar con buenos actores, pero me estaba alejando del tipo de carrera que yo quería. Así que cuando leí el guión, me obsesioné con la idea que proponía: alguien puede seguir viviendo después de su muerte”.