Donald Trump y las teorías de la conspiración que rodean su campaña

La candidatura de Donald Trump a la Presidencia por el Partido Republicano, una de las mayores sorpresas electorales de los últimos tiempos en EEUU, ha dado pie a numerosas teorías de la conspiración, a las que el propio aspirante es muy aficionado.



Estas teorías van desde la política-ficción más plausible a auténticos casos de paranoia electoral, con seguidores que ven en cada acción del magnate un nuevo elemento que las explica.



La principal teoría conspiratoria, que circula por internet casi desde que el multimillonario anunció su intención presidencial en junio de 2015, es la de que Trump sea en realidad un “submarino” de su rival demócrata, Hillary Clinton, para torpedear las posibilidades electorales del Partido Republicano y dividirlo.



Esta teoría se ha visto alimentada principalmente por la relación que los Clinton, Hillary y el expresidente Bill Clinton (1993-2001), han mantenido desde antaño con el magnate neoyorquino, a cuya boda con Melania, su actual esposa, asistieron en 2005 en un exclusivo club propiedad del multimillonario en Palm Beach (Florida).



Pero también por el hecho de que Trump, que nunca ha militado en el Partido Republicano, ha sido un viejo donante del Demócrata y de los Clinton, con cuyas campañas políticas se ha mostrado generoso, personalmente o a través de su hijo Donald Jr. en numerosas ocasiones entre 2002 y 2007, así como con la Fundación Clinton.



Esta teoría de que Trump pudiera tener un acuerdo secreto con los Clinton tuvo en su momento un defensor de lujo, Jeb Bush, uno de sus principales adversarios por la candidatura republicana a la Casa Blanca que había partido como eventual favorito, heredero de la saga política de su familia, por ser hijo y hermano de expresidentes.



“Quizá Donald Trump negoció un acuerdo con su amiguita Hillary Clinton, Si seguimos por este camino, la va a llevar a la Casa Blanca”, escribió Jeb Bush en un arranque premonitorio en su cuenta de Twitter en diciembre pasado, cuando el magnate ya despuntaba en las encuestas tras los primeros debates, pero antes de comenzar el hundimiento de sus rivales republicanos en las elecciones primarias.



Lo cierto es que el habilidoso empresario ha sabido conjugar sus apoyos financieros tanto a demócratas como a republicanos, una práctica que no es extraña entre quienes quieren ganarse favores políticos en Estados Unidos, pero en su caso con una inclinación mayor por el Partido Demócrata, al menos hasta 2012, año en que empezó a centrar sus aportaciones sólo en los republicanos.



Otra teoría que va un paso más allá es la que sostiene que Trump en realidad no tiene ninguna intención de convertirse en presidente y se metió en la carrera electoral para llevar la notoriedad que ha conseguido como estrella del programa de televisión “The Aprentice” a un nivel superior, en una maniobra maestra de relaciones públicas.



Son muchos los convencidos de la veracidad de esta teoría, como el profesor emérito de política del Occidental College, Peter Drier, y quienes creen en ella explican así las constantes metidas de pata y recurrentes polémicas que genera el multimillonario.


Trump “se caga de miedo” ante la idea de ganar la candidatura a la presidencia, y “se acuesta todos los días excitado por la atención mediática que conseguirá al día siguiente y preocupado de realmente poder vencer, inseguro de cómo salir del aprieto en que se encuentra”, escribió Drier en el Huffington Post en octubre pasado.



Otra teoría que mezcla la conspiración, la ficción política y la paranoia internacional es la que apunta a que Trump pudiera ser en realidad un peón del Kremlin y trabajar al servicio del presidente ruso, Vladimir Putin.



Pese a lo retorcido de esta hipótesis, los reiterados intercambios de halagos que Trump se ha cruzado con Putin y la extraña fascinación que el multimillonario neoyorquino tiene por el excoronel del KGB le dan cierta credibilidad.



“En el negocio de la inteligencia, diríamos que el señor Putin ha reclutado al señor Trump como un agente inconsciente de la Federación Rusa”, opinó el pasado viernes el exjefe de la CIA Michael Morell.



En vísperas de la convención del partido, el Comité Nacional Demócrata fue objeto de un ciberataque que permitió la divulgación de 20.000 correos electrónicos comprometedores por parte de WikiLeaks, algo de lo que Hillary Clinton culpó a Rusia.



Por si fuera poca prueba, según los defensores de la teoría, el propio Trump, que tiene inversores rusos en sus negocios, animó días después a Moscú a obtener más correos de sus rivales para ponerlos en entredicho.



Pero en lo que se refiere a conspiraciones, el magnate de los casinos parece ser un campeón, especialmente a teorías conspiratorias que tienen que ver con el presidente Barack Obama, con la defensa de que en realidad nació en Kenia y por ello debía habérsele impedido acceder a la Casa Blanca, algo por lo que ha sido objeto de mofas por parte del propio gobernante.



También ha asegurado que el verdadero nombre de Obama es Barry Sowoto o Sotoro, que en realidad es musulmán, que su historial académico ha sido falsificado y que, por su culpa, ha sido objeto de una persecución por parte de las autoridades de impuestos.



Y últimamente, su nueva teoría conspirativa es que las elecciones en Estados Unidos pudieran están “amañadas”, algo que algunos interpretan como una premonición y otros como un primer reconocimiento de que podría perderlas.



El jueves pasado, incluso Obama opinó sobre esa teoría, que tildó de “ridícula”.

“Nadie dice que le han hecho trampas antes de que se haya jugado el partido”, agregó el presidente con ironía.