Violencia armada repercute en aprendizaje, conducta y salud

La violencia armada no solo mata personas, también genera a las comunidades que la padecen problemas de aprendizaje, conductas más agresivas y mayores riesgos de enfermedades crónicas, asegura un informe que se propuso responder a la pregunta “¿Qué marcas, más allá de las físicas, deja una bala?”.

El Centro de Políticas de Violencia (VPC) y la Coalición para Prevención de la Violencia del Gran Los Ángeles unieron fuerzas para elaborar “La relación entre violencia comunitaria y trauma: Cómo la violencia afecta el aprendizaje, la salud y la conducta”, un informe de menos de 25 páginas.

Considerando que “más del 70% de las heridas que involucran violencia con armas de fuego no son mortales”, el análisis buscó una relación más profunda entre los tiroteos y las afecciones de la comunidad que los sufre.

Encabezados por la doctora Jennifer Lynn-Whaley y por Josh Sugarmann, director ejecutivo de VPC, los investigadores concluyeron que la exposición a la violencia afecta a áreas del aprendizaje y desarrollo, el comportamiento, la salud mental y las enfermedades crónicas con “resultados negativos posteriores en la vida”.

“Cuando los individuos viven con un miedo constante con respecto ya sea a su propia seguridad o a quienes los rodean, como cuando viven en una comunidad violenta, el cuerpo responde incorporando el temor dentro de una visión más generalizada, en que cada situación encierra potencialmente la eventualidad de un daño”, advierten.

Según señaló Daniel Healy, subdirector de la Coalición para Prevención de la Violencia al presentar el informe, el alcanzar “un mejor entendimiento de cómo los traumas de la violencia en las comunidades impactan nuestra salud y nuestro bienestar”, debe abrir paso a un trabajo conjunto de prevención y apoyo.

“Es aún más imperativo que trabajemos en colaboración a través de (diferentes) sectores para prevenir la violencia, apoyar la salud infantil y el desarrollo juvenil, y construir fortaleza en nuestras comunidades”, enfatizó Healy.

Los niños y jóvenes son especialmente sensibles a la violencia armada, de acuerdo con este informe.

Sugarmann destacó que cuando un niño crece en medio de la pobreza, la discriminación crónica y expuesto a la violencia en su comunidad se produce “un efecto acumulativo”.

“Es como si se creciera en una zona de guerra. Todo eso cambia el camino que toma su vida”, señaló el coautor del reporte.

Los investigadores concluyeron que el estrés producido por el ambiente de violencia afecta negativamente al desarrollo.

“Está demostrado que la activación crónica de los sistemas de respuesta del cuerpo ante el estrés alteran la eficiencia de los circuitos cerebrales y conducen a problemas tanto inmediatos como a largo plazo en materia de aprendizaje, comportamiento, así como de salud física y mental”, señala.

“Quienes viven en barrios con alta criminalidad, marcados por altos niveles de violencia comunitaria, se encuentran en un riesgo creciente de experimentar estrés tóxico y las alteraciones en su desarrollo neuronal”, afirmó la investigación.

Por lo tanto, la violencia acumulativa, “altera el desarrollo del cerebro causando menor control de impulsos y mermando habilidades para concentrarse, tomar decisiones y seguir instrucciones”.

Lo que a su vez, “disminuye el desempeño académico y aminora aspiraciones educativas y profesionales”, afirmaron los investigadores, que utilizaron datos de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), aparte de varios estudios relacionados con la violencia en las comunidades.

Con relación al comportamiento, el estrés generado por la violencia continuada produce igualmente comportamientos agresivos e “incrementa la aceptación de la violencia como respuesta legítima”, perpetuando los ciclos de violencia.

Con respecto a las enfermedades crónicas, el informe encontró que el ambiente violento incrementa los riesgos de enfermedades cardíacas, diabetes, cáncer y asma, al igual que aumenta la posibilidad de obesidad y disminuye la actividad física.

La buena salud mental y la estabilidad emocional también se ven afectadas negativamente según el informe, que asegura que la violencia permanente “incrementa la incidencia” del trastorno por estrés postraumático (PTSD).

Además de causar “hipersensibilidad a las amenazas e insensibilidad ante la violencia”, este ambiente también lleva a una mayor tendencia de “abuso de sustancias y suicidio”.

Los investigadores recomendaron desarrollar políticas que lleven a capacitar a aquellas personas que tratan con individuos que han experimentado violencia comunitaria, para que reconozcan los traumas y los ayuden a enfrentarlos.

Igualmente instaron a “seguir concienciando acerca del impacto perjudicial de las armas de fuego en las comunidades, más allá de las preocupaciones relativas a su carácter letal”.