Alfonso Cuarón: de México a EE.UU., sin perder la identidad

Alicia García de Francisco / EFEUSA

Alfonso Cuarón escribió una brillante página de la historia del cine al conseguir, por “Roma”, su segundo Óscar a mejor dirección y el primero para México en el apartado de película en lengua no inglesa, además de un tercero a la mejor fotografía.

Y lo ha hecho demostrando que puede mantener su identidad alternando el cine más comercial de Hollywood con los proyectos más personales y ligados a su México natal.

Con tan solo ocho largometrajes en su haber, ‘el flaco’ de Ciudad de México se ha convertido en el cineasta al que todos ponen como ejemplo de lo que se puede lograr poniendo el corazón y los recuerdos al servicio del cine.

Eso es lo que ha hecho con “Roma”, un proyecto que se antojaba difícil de poner en pie y que tenía encerrado en su cabeza hasta que logró la financiación para hacerlo como él quería.

Quería rodarlo en México, en español y mixteco, con intérpretes desconocidos y un equipo técnico totalmente mexicano. Y lo logró con la ayuda de Netflix.

La entrada de la plataforma audiovisual en la producción supuso en un primer momento el milagro que permitió poner en marcha la película y la maldición cuando parte de la industria se le echó encima porque se trataba de un filme para televisión.

El Festival de Cannes no quiso aceptar “Roma” para su sección oficial, pero el disgusto duró poco porque la Mostra de Venecia se rindió a sus pies desde un primer momento y así comenzó un camino triunfante que le ha llevado hasta los Óscar.

Y que es además la culminación de una carrera cinematográfica complicada, en la que Cuarón tuvo que aceptar encargos alimenticios.

Por ello, se considera un “obrero” del cine y no está orgulloso de algunos de sus trabajos. “Nunca recomendaría a nadie mi trayectoria como modelo. Está llena de inseguridades”, admitió Cuarón en una clase magistral en el Festival de Cannes de 2017.

Una trayectoria que comenzó con “Solo con tu pareja” (1991) un filme que aborda con humor ácido el tema del sida y que le abrió las puertas de Hollywood al ser descubierto por el productor y director estadounidense Sydney Pollack.

Se metió en la televisión, dirigió “La princesita” (1995) y la olvidable “Great Expectations” (1998) antes de deslumbrar con “Y tu mamá también” (2001).

Esta era una historia intimista y personal que le situó realmente al nivel de sus amigos Alejandro González Iñárritu, que el año anterior había estrenado “Amores perros”, y Guillermo del Toro, que ya tenía en su haber “Cronos” (1993) y “Mimic” (1997) y en ese 2001 presentó “El espinazo del diablo”.

Lo siguiente fue una gran producción, nada menos que de la saga de Harry Potter, un trabajo que aceptó solo cuando le espoléo Del Toro.

Con “Children of Men” (2006) intentó mezclar una historia compleja con una gran producción pero no le salió bien, aunque con los años es un filme al que se ha valorado mejor que en el momento de su estreno.

Y llegó “Gravity” (2013), que por fin le dio el reconocimiento de todos, de los cineastas independientes y de los grandes productores de Hollywood, así como el de crítica y pública. Una aventura espacial que se llevó siete Óscar, incluido el de mejor director.

Cuarón había sido más lento que sus amigos Iñárritu y Del Toro en lograr el reconocimiento, pero fue el primero en conseguir el Óscar y en abrir un periodo de dominio casi absoluto de los cineastas mexicanos en el apartado de dirección.

Tras el doble triunfo de Iñárritu -por “Birdman” y “The Revenant”, en 2015 y 2016- fue el turno de Del Toro, el año pasado por “La forma del agua”.

Parecía que los triunfos mexicanos estaban agotados cuando Cuarón regresó a su México natal para rodar “Roma”, la historia de su infancia en el barrio homónimo de Ciudad de México, el homenaje a Libo, la criada que cuidó de él y de sus hermanos.

Una obra maestra llena de sensibilidad que se rodó exactamente como quiso Cuarón. El equipo era cien por cien mexicano. Incluso decidió ocuparse él de la fotografía cuando Emanuel Lubezki no pudo hacerse cargo por otros compromisos. No quiso aceptar que llegara un profesional extranjero que no entendiera el español.

Los actores, casi todos noveles, con la excepción de Marina de Tavira.

No dejó que nadie leyera el guion y se obsesionó con que cada minúsculo detalle de la recreación de sus recuerdos fuera exacta.

“Quería regresar a México para hacer la película que he soñado”. Así de rotundo se mostró cuando finalizó el rodaje .

Pero nunca esperó la respuesta que ha obtenido el filme, como reconoció en una entrevista con Efe: “Pensé que muy poca gente la iba a ver, que quizá algunas gentes de mi generación en México iban a conectar. Y la respuesta emocional en todos los lados del mundo ha sido impresionante”.