Garfield, una ciudad que se esmera por lucir bien
Carlos González, de Honduras, había comprado hacía dos meses su bicicleta, una bastante deteriorada pero con las dos ruedas a pie firme, y algo pequeña como la que usan las mujeres, por $200, para poder ir al trabajo.
“Es el único modo de llegar al trabajo, trabajo cerca, y estar sano contra el Covid-19. También me viene bien, porque hago ejercicio,” me dice en una esquina de River Drive, Garfield, pocos momentos antes que la lluvia se desatara, el jueves 3 de septiembre.
Cuando me encontré con él, que conducía por la vereda, me admiraba de lo limpias y bien cuidadas que estaban las calles (al menos por las que transité) de Garfield, en el condado de Bergen.
Garfield es una ciudad con presencia hispana en crecimiento, al censo del 2020 tenía el 32.24 % de la población clasificada como hispana: 9,830 personas. Las proyecciones Quick Fact de la oficina del Censo de los Estados Unidos, del año 2019, estimaba la población hispana de la ciudad se había incrementado en un 36.5%
Aunque bajo la alfombra tiene sus problemas de larga data, y eso se puede comprobar en el terreno baldío de la ex-fábrica E. C. Electroplating, en la 125 de Clark St y que en diciembre de 1983 se le escaparon 3,614 galones de ácido crómico, que contaminó el suelo y subsuelo de la ciudad.
En la actualidad se han removido los contaminantes en 13 sótanos, de 14 que se declararon contaminados, miles de toneladas de suelo y concreto y se espera que para el 2021 se aplique un procedimiento de la EPA, la autoridad ambiental de los Estados Unidos, para sellar completamente la contaminación del subsuelo.
Según Romi Herrera, residente hispano local y candidato a concejal de Garfield, existen planes para instalar en el lugar un centro comercial, de parte de compañías interesas ( no adelantó nombres) “pero todo pasa porque el sitio quede completamente descontaminado, en el suelo y el subsuelo”
El terreno actualmente está bien cercado y limpio: lo que también quiere decir que parte de “el mantenimento” corre a cuenta de los patos silvestres que suelen comerse el pasto y lo que encuentren, porque es sabido que estos animalitos de andar pausado y que defecan de pie donde les agarra la necesidad, comen toda materia comestible, según sus estándares.
La ciudad tiene vistas agradables. En algunas esquina las calles se abren, dando la perspectiva de un gran angular. Hay afán por tener las casas bien puestas, con el debido mantenimiento.
En la River Drive un dominicano, Julio Mosquera, propietario de una casa de una familia, que ha resistido a pie firme el paso de los años, agachado sobre las escaleras de concreto que dan a la vereda, se esmeraba en pulirlas, máquina en ristre.
“Así mantengo segura a mi familia, si alguien se tropieza lo sentiría mucho. Más vale prevenir que lamentar” dice “Además me gusta tener mi casa pintada y arreglada, aunque es modesta la quiero limpia y segura”.
Seguimos caminando y dos chicas caminan, en ropa deportiva, conversando detalles del trabajo “el balance tiene defectos de orden,” decía una de ellas al momento de pasar del lado de unos jardines naturales de diseño, donde se dan encuentros los blancos, rojos y verdes, de las gardenias, las lilas y el follaje, del Venetian Banquet.
Más adelante, ya entre Midland Ave y Passaic St,-nosotros íbamos de camino al Mall de Garfield- una latina de más 50 años, se entrena vigorosamente en una esquina ya solitaria ante la lluvia que anuncia sus primeras lágrimas. No quiere distracciones mientras hace sus sentadillas “para fortalecer las rodillas”, de manera que seguimos la ruta.
Al llegar a la esquina de la Marsellus Place, el padre GR de la iglesia Del Santísimo Nombre/ Holy Name Roman Catholic Church, se encuentra en el centro de la sala principal, frente al altar y de espaldas a nosotros, esperando el momento para decir su sermón.
En ésta iglesia se toman las cosas en serio, antes de entrar hay que desinfectar los zapatos (una bandeja con líquido antibacterial descansa en el suelo) y manos
A cien metros y algo se encuentra el centro comercial Garfield Commons, en el 174 Passaic St; es día jueves y el parqueo está lleno de autos, en las tiendas no escasean los compradores.
Iba de compras, sucedió que tuve que caminar porque tomé el bus equivocado, el 702 en lugar del 709, y al parecer también ingresé al lugar equivocado: me tocó esperar más de media hora para que los dependientes de WallMart me cobrarán un teléfono móvil y unas pastillas de Melatonina para el sueño que una amiga de mi mamá me pidió desde Perú.
La demora, que me pareció a propósito, me hizo perder el bus 709, tiempo perfecto para una exposición a una lluvia inmisericorde que sin ser torrencial te empapa hasta los huesos.
Mientras me colocaba un periódico bajo la camiseta para no coger un resfrío y me tomaba un café para calentar los huesos, me preguntaba si valía la pena volver nuevamente a un Wallmart.
Por lo pronto haré una cancelación pasiva de mi tarjeta de crédito Wallmart, mejor dicho la pondré en cero dólares y allí que se quede.Y, felizmente, no cogí resfriado. Ahora, a vacunarse contra la gripe.