La raza, ingreso y código postal da pistas de quién vive o muere por COVID-19

Liz Szabo y Hanna Recht / KHN

Al principio, el médico de Shalondra Rollins pensó que era gripe. Para el 7 de abril, tres días después de que finalmente le diagnosticaran COVID-19, la asistente escolar de 38 años le dijo a su madre que se sentía sin aliento. 

Poco después, estaba en una ambulancia, consciente, pero luchando por respirar, camino a un hospital en Jackson, Misisipi. Una hora más tarde, estaba muerta.

“Nunca en un millón de años pensé que recibiría una llamada diciendo que había fallecido”, dijo su madre, Cassandra Rollins, de 55 años. “Quiero que el mundo sepa que no fue solo una estadística. Era una persona maravillosa. Amada”, agregó.

Shalondra Rollins, madre de dos hijos, tenía varios factores que la pusieron en mayor riesgo de morir por COVID-19. Al igual que su madre, tenía diabetes. Era afroamericana, tenía un salario bajo, y vivía en Misisipi, cuya población se encuentra entre las menos saludables del país.

Rollins engrosó las estadísticas de residentes del estado que han muerto por COVID-19, y entre los más de 4.800 diagnosticados.

LOS PODEROSOS INDICADORES SOCIALES 

Los médicos saben que las personas con afecciones de salud preexistentes, como es el caso del 40 % de los estadounidenses que viven con diabetes, hipertensión, asma y otras enfermedades crónicas, son más vulnerables a COVID-19. También lo son los pacientes sin acceso a cuidados intensivos o respiradores.

Sin embargo, algunos expertos en salud pública sostienen que las condiciones sociales y económicas, ignoradas durante mucho tiempo por el gobierno, los legisladores y el público, son indicadores aún más poderosos de quién sobrevivirá a la pandemia. 

Una combinación tóxica de desventajas raciales, financieras y geográficas puede resultar mortal.

“La mayoría de las epidemias son misiles que atacan a los pobres, marginados y con problemas de salud subyacentes”, dijo el doctor Thomas Frieden, exdirector de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC).

Funcionarios federales de salud han sabido durante casi una década cuáles son las comunidades que tienen más probabilidades de sufrir pérdidas devastadoras, tanto en vidas como en empleos, durante el brote de una enfermedad u otro desastre. 

En 2011, los CDC crearon el Índice de Vulnerabilidad Social para calificar a todos los condados del país en factores como pobreza, vivienda y acceso a transporte, que predicen su capacidad para prepararse, hacer frente y recuperarse de desastres.

Sin embargo, el país no ha respondido a las advertencias de que estas comunidades, donde las personas ya viven más enfermas y mueren más jóvenes que las de las zonas más ricas, podrían ser devastadas por una pandemia, dijo el doctor Otis Brawley, profesor de la Universidad Johns Hopkins.

“La sociedad ha fracasado en cuidar a los estadounidenses que necesitan más ayuda”, opinó Brawley. 

Aunque hay condados vulnerables en todo el país, se concentran más en todo el sur, en un cinturón que se extiende desde la costa de Carolina del Norte hasta la frontera mexicana y los desiertos del suroeste.

Algunas de las comunidades más vulnerables se encuentran en Misisipi, que tiene la tasa de pobreza más alta del país; las reservas indígenas en Nuevo México, el segundo estado más pobre, donde miles de hogares carecen de agua corriente.

LA MISMA RUTA QUE EL SIDA 

Los primeros casos de COVID-19 en el país se detectaron en áreas metropolitanas como Nueva York, en donde los hispanos (de todas las razas) y las personas afroamericanas no hispanas han muerto en un número desproporcionado. 

Los brotes ahora están ocurriendo en las comunidades rurales, el sur y el centro del país. Más de 1.600 personas han sido diagnosticadas con COVID-19 en Sioux Falls, en Dakota del Sur, hogar de una planta empacadora de carne que emplea inmigrantes y refugiados de todo el mundo.

Muchos expertos en salud pública temen que COVID-19 siga la misma trayectoria que el VIH y el SIDA, que comenzó como una enfermedad en las grandes ciudades costeras, Nueva York, Los Ángeles y San Francisco, pero que rápidamente se arraigó en la comunidad negra y en el sur, que hoy se considera el epicentro del VIH/SIDA en el país.

Al igual que el VIH y el SIDA, los primeros casos de COVID-19 en Estados Unidos fueron diagnosticados en “personas que viajaron a Europa y otros lugares”, dijo el doctor Carlos del Río, profesor de enfermedades infecciosas en la Escuela Rollins de Salud Pública de la Universidad Emory. 

“Como se establece en Estados Unidos, (COVID-19) ahora está afectando de manera desproporcionada a las poblaciones minoritarias, al igual que el VIH”, agregó.

Las personas de comunidades de bajos ingresos o minoritarias tienen más probabilidades de trabajar en lugares que los exponen al virus, por ejemplo, en fábricas o supermercados y transporte público. 

Es menos probable que les paguen licencia por enfermedad y más probabilidades de vivir en viviendas abarrotadas. Tienen altas tasas de enfermedades crónicas. También tienen menos acceso a la atención médica, especialmente servicios preventivos de rutina. 

Misisipi, por ejemplo, es uno de los 14 estados que no han expandido Medicaid.

“Si tienen afecciones crónicas como hipertensión o diabetes”, dijo Frieden, “el sistema de salud no funciona tan bien para ellos y probablemente no las tengan controladas”.

EL PRIVILEGIO DEL DISTANCIAMIENTO SOCIAL 

Tonja Sesley-Baymon, presidenta y directora ejecutiva de la Liga Urbana de Memphis, señaló que el distanciamiento social es un privilegio de los ricos. Solo llegar al trabajo puede poner a las personas en riesgo. “Si usas el transporte público, el distanciamiento social no es una opción para ti”, dijo.

La doctora LouAnn Woodward, ejecutiva del Centro Médico de la Universidad de Misisipi, ha tratado a muchas personas en la sala de emergencias cuyas crisis potencialmente mortales podrían haberse evitado con atención de rutina. Ha visto pacientes con diabetes con niveles de azúcar en sangre lo suficientemente altos como para ponerlos en coma.

El seguro de salud es solo una parte del problema, dijo. Cuando Woodward le preguntó a una mujer por qué esperó tanto tiempo para buscar tratamiento para su tumor de seno, la mujer le dijo: “Acabo de encontrar quien me traiga”.

Expertos dicen que estos riesgos para la salud podrían permanecer mucho tiempo después de que pase la pandemia.“La pregunta es: ¿valoramos todas las vidas por igual?”, dijo el doctor James Hildreth, presidente y CEO de Meharry Medical College en Nashville, una universidad históricamente de raza negra. “Si lo hacemos, encontraremos una manera de abordar esto”.